Crónica de un clásico que ganamos todos

Sábado. 07:30 de la mañana, suena la alarma, me despierto como si mi cuerpo no arrastrara el peso de una semana intensa de estudio, me levanté tan motivado que esas 6 horas de sueño que logré conciliar parecieron 12, por solamente un motivo, NACIONAL.

Estamos a solamente unas horas del clásico y para matar un poco la ansiedad, en un ritual que se volvió costumbre del pueblo tricolor, se viene otro banderazo.

Después de una hora y media de viaje, en la cual se me pasó volando porque me dormí todo ?, llegué al barrio más lindo que tiene este país, La Blanqueada. El glorioso Parque Central estaba repleto de personas que esperaban por su amado Nacional, que también, como yo, se levantaron a las (vaya uno a saber qué hora, pongamos como ejemplo las 8:30) PARA VER UNA PRÁCTICA. Estamos todos tomados.

La energía transmitida por la gente, como dije, se había vuelto costumbre, y los hinchas esperábamos que por fin, los jugadores pudieran retribuir semejante muestra de afecto. Color, humo, fuegos de artificio y un precioso telón de los 120 años adornaron la fiesta previa al Clásico, y ya cuando estaba al caer el mediodía, me volví para casa.

El del Grillito, el de la ambulancia, las remontadas del chino, con la mano y en la hora, me los vi todos. La noche del sábado fue un poco masoquista, entre la ansiedad y la manija clásica estuve horas y horas mirando antecedentes de la fiesta del Fútbol Uruguayo.

El Domingo por fin llegó, y yo lo recibí con una energía bárbara, me vestí respetando por supuesto las cábalas (que no se dicen ?) y arranqué para la calle Jaime Cibils y Centenario, donde me llevaría, o nos llevaríamos todos los hinchas tricolores, una amarga sorpresa. Cuando la multitud tricolor se apoderaba de las calles antes mencionadas, con muchísima gente aglomerada, algún que otro bolso de los más grandes, Spika’ en mano, pasaba el aviso de que el ómnibus habría sido desviado.

Poco a poco se empezó a correr la bola y esa cantidad impresionante de gente, que esperaba por el ómnibus que transportaba a los jugadores, enfilaría hacia el estadio.

Ya acomodado en mi asiento (Tribuna Colombes, anillo 3 asiento 20) la ansiedad se iba a apoderando de mi. Una ansiedad que se iba dilatando cuando de a poco la Tribuna empezaba a tomar color, los colores más lindos del mundo inundaban el Estadio Centenario en otra goleada en las tribunas.

Banderas de palo, bastones inflables, bengalas, verticales, humo y hasta apareció una bandera increíble con forma de camiseta.

El partido comenzó, y con mucha intensidad, Nacional se paraba bien compacto y presionaba la salida de los mediocampistas de Peñarol. A los 15 minutos, nuestro goleador, Gonzalo Bergessio, se tocaría el gemelo derecho y nos asustaría a todos, pidiendo el cambio recién comenzado el partido. Van a calentar dos. Seba y Thiago.

El Guti se decide por el joven tricolor, y ahí sentí una tranquilidad tremenda, sabiendo que Thiago, por como vive estos partidos y por ser el primero, lo haría de la mejor manera.

Dicho y hecho, segunda pelota que toca, un rebote en Formiliano donde la atrapa Zunino, quien mete un pase bisturí para el Chory Castro que se la cambia de palo a Dawson, la pelota va llegando a la red con un suspenso insalubre, pero pega en el palo y entra para el delirio de un estadio entero.

Un ratito después, tiro libre a favor de Nacional que ejecuta Carballo, sale lejos Dawson, y agarra el rebote el Chory Castro, que la baja con toda su carpeta y saca un latigazo que va a quedar guardado para siempre en la memoria de grandes y chicos (?), la pelota baja y se pudre en el ángulo. Sin mentir, eh, estuve 5 minutos agarrandome la cabeza porque no acreditaba haber presenciado semejante salvajada.

Peñarol repone y Nacional enseguida, arriba de Gargano y Pereira con Neves y Carballo, recupera la pelota y en una espectacular jugada colectiva donde Felipe tira dos sombreros y la abre para Mati Viña, quien se la tira por arriba a Rojas, a quien tuvieron que sacar porque en el entretiempo buscaron su cadera y no apareció por ningún lado, encara hacia adentro y peca de egoísta, saca un remate abierto, demasiado, con su pierna inhábil que se pierde afuera.

Intensidad. Con esa palabra defino el primer tiempo del Nacional del Domingo. Y nace una pregunta que explica este funcionamiento; ¿Para qué corro? Para recuperar, ¿y para qué recupero? Para jugar. Eso planteó Gutiérrez y así ganó la batalla táctica.

Comenzado el segundo tiempo, el pensamiento de todos en la Colombes era, hacer un gol para asegurarlo e ir por más. Después de una sucesión de toques donde el pobre rival solamente era espectador, Matías Viña trepa y hace la pausa para la subida del hombre de la tarde, Gonzalo Castro, quien pone la pelota al segundo palo, la cual es rechazada pero le queda al Guille Cotugno que la prende de volea y en el camino se encuentra con el nuevo platinado, Felipe Carballo. ¿Un gol con suerte? Si. ¿Merecido? También. ¿Lo leíste con la voz de un comentarista del fútbol uruguayo? Obvio.

A estas horas se discute si la conquista debe corresponder a Cotugno o Carballo, pero para mí, ese gol lo hicimos nosotros, si, vos, yo, los que fuimos al Banderazo y colaboramos con un plato de comida para la gente que no tiene y los que no pudieron, los que colaboraron con el recibimiento económicamente y los que se encargaron de repartirlo en la tribuna. Ese gol es de todos, porque nuestra hinchada, también juega.

Gracias por el espacio, Nacional nomá.
Valentín Canale
laabdon.com.uy