A fines de julio Romina cumple los 40. Y para ella no existe ninguna crisis de edad, no hay angustia más grande que estar lejos de su amor.

Romina vivió en La Blanqueada, y hoy esas seis cuadras que la separaban del Parque, son miles de kilómetros que todavía parecen más grandes caminando esas enormes manzanas de New York rodeada de rascacielos.
Cada sábado de partido sigue viviéndolo con la misma intensidad que hace diez años, cuando decidió alejarse un rato de casa. Los rituales son los mismos, la bandera en el balcón, el primero de muchos termos de mate en la mañana, visita las mismas páginas de hinchada para pispear el equipo, y esa vieja camiseta pronta para arrancar hacia la cancha.
Como si repetir ese ritual un día mágicamente la traslade a otra dimensión y se encuentre caminando otra vez esas seis cuadras. Romina sabe que no, pero nada la acerca más a su amor que vivirlo de la misma forma.
Las noches de copa son otro tema. Como acá, vive esa jornada desde temprano en la oficina. Se llevó esa bandera con un portalapiceras que le había regalado la abuela cuando cumplió los 20. Y allí luce los días de copa en su oficina en el piso 20, siempre a la derecha del monitor, igual que acá, pero sin las cargadas de sus compañeros.
Fines de semana de largas llamadas por whatsapp con su hermano, una ceremonia después de cada partido para llorar juntos la derrota o contarse lo bien que anda el equipo. A veces ni preguntan cómo está la familia, para eso siempre hay tiempo, y si ganó Nacional la respuesta es esa.
La camiseta nueva demora en llegar, pero siempre hay un conocido que te la consigue y te la manda. Y que nunca falte la campera para abrigarte en el invierno, aunque te miren raro, o que ni te miren por rara.
En estos diez años sin pisar Uruguay, Romina formó una familia y tiene dos hijos. Dos pequeños con un forzado español pero con un Dale Bolso bien afinado. Que no juraron la bandera uruguaya pero saben que esa que luce en el living es la suya. No recibieron un guante ni un bate para navidad, pero sí la camiseta 20 y una pelota de lo que sus amigos llaman soccer. Son un poco raros para el colegio, y por eso Romina todos los años tiene que explicarle a sus teachers que son hinchas del glorioso Nacional.
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Otra vez es sábado, y fin de semana largo. Apenas sonó el despertador sus ojos vieron la camiseta colgadita en esa percha sobre el espejo del ropero. La bandera ya luce en el balcón, el de ese apartamento a buen precio que consiguió cerca de la playa. Hoy juega Nacional, y ya está sonando la caldera.